Colocaban agua en una esfera fijada en un eje horizontal que tenía dos pequeños tubos curvos con salida a cada lado, uno hacia arriba, otro hacia abajo.
Si se calentaba la esfera, el agua hervía y el vapor empezaba a salir por los tubos estrechos: la bola empezaba entonces a girar.
Pero nadie encontró ninguna utilidad práctica a esa experiencia hasta finales del sigo XVIII.
Un inglés, Watt, en 1765, volvió a pensar en el problema porque las industrias inglesas estaban en pleno desarrollo y querían encontrar una forma de trabajar más rápida y más barata.
Hasta entonces, las pocas máquinas que había eran movidas por la fuerza de animales o de obreros.
Watt construyó la primera máquina de vapor: quemando carbón, se calienta el agua de una caldera: el vapor al principio no puede salir. Se produce entonces una gran presión. Cuando la presión es alta, se abre una tubería muy estrecha: el vapor se escapa por allí con mucha fuerza. En medio de esta tubería hay una rueda con paletas: el vapor la hace girar a mucha velocidad. Ese movimiento se transmite luego, a través de otra pieza de metal o a través de correas, a cualquier tipo de máquina.
El vapor, luego, pasa a un sitio donde se enfría: al enfriarse se condensa de nuevo en agua y ese agua vuelve a la caldera.
En el siglo XIX, la máquina de vapor empezó a utilizarse en todas las fábricas y permitió la construcción de los primeros trenes y de los barcos de vapor.En el siglo XX, sin embargo, la máquina de vapor fue poco a poco sustituida por motores de gasolina y motores eléctricos.
Ahora se utiliza la fuerza del vapor únicamente para mover los gigantescos generadores de electricidad de las centrales térmicas o nucleares.
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